jueves, 17 de noviembre de 2011

¿Libertad o libertinaje?


El proyecto de ley que radicó el senador del Partido de la U, Juan Carlos Vélez, reglamentando la prohibición, porte y consumo de drogas, reavivó el debate acerca de qué hacer con los adictos a los estupefacientes en el país.
Este asunto ha sido siempre un tema tabú en Colombia debido al alto impacto que  ha tenido el narcotráfico.
El pasado Gobierno decidió penalizar la dosis mínima de estupefacientes, excepto en el caso de la cocaína, la marihuana y el bazuco (2, 30 y 30 gramos como máximo de cada una).
En realidad fue un acto de mediana coherencia, pues no es lógico que por un lado se deje al individuo consumir una cantidad de estupefacientes avalada por el Estado pero, por otro lado, se castigue el narcotraficante que produce y comercializa toda la droga.
Sí, y de mediana coherencia porque se debió reglamentar todo tipo de alucinógeno y no solamente las drogas que más se consumen.
 Antes se castigaba al que producía pero no al que consumía, entonces, ¿a qué jugaban? ¿De dónde creían que venía la droga? ¿La traía la cigüeña de París?
Decidir qué pueden y qué no pueden consumir los ciudadanos puede llegar a ser considerado como un elemento para limitar las libertades, pero así mismo, poner en claro las reglas de juego, hace parte del rol paternalista del Estado.
No es lo mismo una persona que consume drogas a la que las vende, pero a las dos se les tiene que castigar.
Sin ínfulas de querer la más rigurosa de todas, en el caso de la universidad, luego de brindarle asesoría psicológica y de haber investigado a fondo la situación, si tuviera el poder para hacerlo, hablaría con la Policía para saber cómo actuar (aunque bueno, muchas veces, ellos tampoco saben como hacerlo).
Ahora bien, ¿los drogadictos son delincuentes o enfermos?
El drogadicto, antes de ser delincuente, es un enfermo, un adicto con un problema que tiene que ser solucionado por medio de un acompañamiento que lo ayude a no caer de nuevo.
Primero, se les debería decomisar toda sustancia psicoactiva que posean, y luego, sí enviarlos a algún lugar para poder ayudarlos.
Así como hay quienes pueden mandar a sus familiares a centros privados de atención, sería bueno pensar en aquellos que no tienen los medios para hacerlo.
Qué bueno sería tener en cuenta que solamente el 7% de las personas con algún tipo de adicción logra salir por completo de ella.
Ojalá algún día el Estado decida ayudar para que esa calamitosa cifra cambie y más ciudadanos puedan ver la luz al final de ese oscuro túnel que muchas veces solo lleva a la muerte.
Mucho mejor sería si el Estado no solamente se dedicara a castigar en medio de su papel paternalista, sino también a ayudar a que el enfermo, en este caso el drogadicto, no cometa delitos y caiga en el círculo vicioso de consumir y consumir drogas. 
Pasaría a tener un papel no de papá que regaña, sino también que enseña y protege de forma adecuada para que los centros resocializadores no se conviertan en miniuniversidades del delito, como suele pasar.
Muchos dirán que nadie les dijo que se metieran en ese mundo y que la sociedad no tiene porqué pagar las consecuencias de dicho problema.
Si bien pueden tener algo de razón, no veo por qué no podemos dejar todo eso de lado y empezar a ser solidarios.