domingo, 11 de diciembre de 2011

Camilo Jiménez y su renuncia

Al leer los argumentos de porqué Camilo Jiménez renunció a su cátedra en la Javeriana, tuve sentimientos encontrados, primero, porque es algo triste que un profesor se escude en el origen socioeconómico de sus estudiantes y afirme que si salieron de colegios privados y sus padres tienen dinero, esos sujetos resultan genios.

¿Cuántos colegios privados no son unos totales estafaderos? ¿Cuántas de esas familias "de padres de ejecutivos" no son totalmente disfuncionales? ¿Cuántos de esos padres le compraron un libro a su hijo antes de los 8 años?

Señor Jiménez: tengo portatil con banda ancha (cosa no exclusiva de la clase alta, para su información), y también le cuento que he comido arroz con huevo, he tomado aguadepanela y milo y tengo un muy buen promedio de notas.

Tal vez en su clase, algo falla: un buen profesor siempre encuentra algún buen alumno.

No estudio en la Javeriana, pero si algo he visto en las clases (por lo menos en mi universidad), es que de poco sirven las cátedras cuyas presentaciones de PowerPoint se limitan a vomitar conocimientos sin que el alumno los  interiorice.

Los profesores que van a leer diapositivas no me sirven por que, gracias, yo también sé leer.

Si Camilo Jiménez tenía 30 estudiantes y ninguno le funcionó (al parecer no solo ese semestre sino que también le pasó antes) , tal vez el problema no son los alumnos sino el profesor y su método.

¿Cómo se puede pretender que un alumno encuentre interesante una clase si el profesor ya viene desmotivado de otros semestres?

Por otro lado, como estudiante de periodismo y comunicación social, me pregunto muy seguido qué hacen ciertas personas estudiando lo que estudio y que digan por ejemplo que Santo Tomás de Aquino escribió "La suma tecnológica" en vez de decir que escribió la "Suma teológica" o que digan que el nombre de Cortázar es Jaime en vez de Julio, en fin.

Tengo 20 años y puedo aseverar sin temor a equivocarme que mi generación está plagada por la moda de despersonalización de las relaciones y que ya la gente se preocupa más por mirar su BlackBerry que por aprender, pero el profesor Jiménez no puede generalizar pues no todos los estudiantes de comunicación social y periodismo nos dedicamos a eso y hemos leído más de lo que él cree.

Si la nueva generación de periodistas y comunicadores sociales está llena de gente vacía que no tiene la más mínima idea muchas veces de dónde queda Grecia o quien fue Nerón y que se sienten felices y satisfechos intelectualmente con haber medio leído Cien años de soledad, la culpa la tiene la academia por haber dejado que esas personas pasaran por sus aulas, ya que si no los hubieran recibido, hoy no serían periodistas o no se estarían preparando para ello.

El problema viene a ser algo de mayor trascendencia, pues desde que la educación sea un negocio, ya no importa a quienes se admite con tal de tener un código más que genere 5'500.000 cada cuatro meses a las arcas de las universidades.

Muchos dirán que es bueno que haya mucha gente que no haga bien las cosas en las aulas porque eso genera menos competencia en el mercado laboral, pero en el fondo me gustaría saber que más del 50% de mi salón de clase sabe en qué año se gestó la Revolución Rusa, quien fue Maximilien de Robespierre y qué fue lo que hizo por la música Igor Stravinsky o quien es Daniel Barenboim.

Me declaro absurdamente aburrida de la mediocridad con la que la gente asume la carrera, que estudiaron eso porque fue lo que les tocó estudiar luego de haber pasado por otras cinco facultades probablemente en otras universidades.

Yo también quiero establecer una conversación con gente con más criterio y conciencia que alguien preocupado por lo que le dicen en su BlackBerry, concepto que alguna vez leí en una columna de Juan Esteban Constaín.

Critico al profesor Jiménez porque tal vez su método no fue el indicado, pero también lo entiendo porque sé qué tipo de personas uno se encuentra en las carreras relacionadas con humanidades, no solo es problema de la comunicación social y el periodismo.