La capital colombiana llamada por
algunos (más mal que bien) la Atenas de Latinoamérica, tiene 7’363.782 habitantes, es una de las
capitales más grandes del continente y posee 15.327 kilómetros carril de vías,
pero solamente el 6% de ellas están destinadas al sistema de transporte.
En cuanto a ciclovías, Bogotá lidera
la carrera en la región con 344 kilómetros de rutas, en los que más de 285.000
personas diariamente se movilizan.
Por otro lado, 22.000 buses de
servicio público transportan a 1’399.119 personas, mientras que 850.000
vehículos particulares movilizan a los demás habitantes de Bogotá.
Como usuaria del servicio público he
notado que los desplazamientos en la ciudad son bastante lentos y a veces muy
largos, haciendo que las personas se desesperen y muchas veces lleguen irritadas
a su lugar de trabajo.
Tal vez esta irritación, puede hacer
que la productividad de dichos ciudadanos disminuya no solamente por haber
tenido que esperar una determinada cantidad de tiempo (algunas veces corta,
pero dependiendo la ruta, también puede ser muy larga), sino también por que cuando se suben a su medio
de transporte, corren el riesgo (más que todo en horas pico) de no poder
sentarse, lo que aumenta el nivel de tensión en el usuario.
No solamente el tiempo y la lentitud
son elementos que no están a favor del usuario: el conductor constantemente
abusa de la persona que se transporta en ese medio de transporte lanzando
frases como “Colabóreme hacia atrás”, “Siga que sí hay espacio”, “Álceme la
niña” y “No tengo vueltas”, etc.
Ahora bien, no solamente el pasajero
tiene que jugar a no dejarse sacar el mal genio por estos señores, sino que
también entran al ruedo otras circunstancias que se suman a la incomodidad,
tales como la señora (que está entre los 37 a 60 años) que pasa con su bolso como si fuera un
soldado en plena cruzada cristiana de la Edad Media arrasando con cuanto
tobillo se encuentra (teoría comprobada luego de ir en muchos trayectos en
bus), entre otros.
A pesar de ser una ciudad bastante
congestionada, Bogotá lidera en América Latina la lucha contra la obstrucción
de la movilidad: que tenga o no resultados esa “cruzada”, ya es una cosa
totalmente diferente.
El ánimo del usuario no es el único
abatido por culpa de la movilidad en la capital colombiana, sino que también lo
es el aire y el medio ambiente, pues si se aumentan los recorridos, también
aumenta la emisión de gases nocivos.
Según estudios del FNUP (Fondo para la Población
de las Naciones Unidas), los tiempos promedio más altos de viajes al trabajo
son el de Río de Janeiro, con 107 minutos y el de Bogotá, con 90.
Si se llega de mal genio al trabajo,
con mala disposición, el empleado no va a trabajar con las mismas ganas que si
hubiera tenido un buen viaje, cómodo y a gusto.
No contentos con esto, en la tarde
durante las restricciones del pico y placa (de 5:00 a 8:00 pm), momento en que
la mayoría de personas necesitan subirse en algún vehículo para volver a sus
hogares, el tráfico se hace insufrible haciendo que el estudiante y el
trabajador que vienen de una jornada larga se indispongan aun más, con los trayectos y por seguir de pie durante la
movilización hacia sus casas.
El problema en gran medida se
solucionaría si la capacidad que tienen los que prestan el servicio de
transporte público en Bogotá aumentara, pero no en forma desmedida, quitando
más carriles de los necesarios a los carros particulares (cualquier historia
parecida a la del Transmilenio, es pura coincidencia).
En vez de traer más buses, ¿por qué no
hacerlos más grandes?
Cada año crece la cantidad de carros
en la ciudad, lo que hace pensar que no necesitamos aumentar el número de buses,
sino que los que existen funcionen mejor o que el sistema cambie completamente
para darle paso a articulados que presten un servicio con mayor cobertura sin
necesidad de hacer más trancones.
La mala semaforización hace que los
recorridos también sean más dispendiosos, pues si bien en promedio un semáforo
debe demorarse en rojo tres minutos, a la hora de la verdad no todos duran lo
mismo haciendo que esto también contribuya a que el bogotano tenga que soportar
largos trayectos para poder llegar a su destino.
La mala señalización también juega un
papel crucial en los problemas que tiene la ciudad en movilidad, pues no
solamente cuesta la módica suma de mil millones de pesos al año mantenerlas,
sino porque también están descuidadas en algunas partes de Bogotá, ya sea por
vandalismo (muchas han sido hurtadas o graffiteadas) o simplemente por
accidentes de tránsito.
La ciudad posee 194.900 señales de
tránsito y el año pasado se tuvo que realizar mantenimiento y limpieza a
163.160 de ellas, y para el 2011, se ha hecho lo mismo con 18.763 de las
mismas.
Entonces, ¿cómo se puede pretender que
no haya tantos trancones si ni siquiera está bien señalizada la ciudad?
Los policías de tránsito, que se
supone están para ayudar a ‘desenredar’ el tráfico, muchas veces lo único que
hacen es aumentar el caos vehicular pues, en vez de ayudar lo que hacen es disminuir
durante más tiempo la velocidad, haciendo que la gente entre aun más en
desespero.
El invierno en Bogotá tampoco ayuda a que la
infraestructura vial sea más provechosa, pues aun quedan muchas obras sin
terminar, y resulta tanta agua uno de los mejores pretextos para seguir
posponiendo las cosas, aumentando el tiempo de las personas en el transporte
público y en sus autos particulares.
Todos esos factores juegan en contra
de la salud mental de quien necesita movilizarse diariamente y no solamente por
toda la travesía que implica transportarse, sino por que según el Secretario de
Salud de Bogotá, Héctor Zambrano, uno de cada dos bogotanos sufre de trastornos
mentales.
Bogotá sigue siendo la ciudad del país con más
personas con alguna deficiencia en su salud mental, en su mayoría con problemas
de ansiedad, de ánimo, económicos y por el uso de sustancias psicoactivas.
Entonces, la ecuación va así: semaforización y
señalización desorganizadas + mala salud mental de los bogotanos + largos
trayectos + poca velocidad + mucho tiempo = bogotano enfurecido y menos
productivo.
Puede que a lo largo de la jornada el usuario que
va indispuesto a su trabajo mejore el genio, pero no será igual de productivo
que quien comienza bien su día, es inevitable.
Aproximadamente los bogotanos pasan 73 minutos al
día en el servicio de transporte público, a veces todo el recorrido de pie, lo
que hace que el pasajero que de mañana va, llegue cansado, y si es de noche, aumente
su agotamiento haciendo que las horas de sueño no sean tan efectivas como si
estuviera en la situación contraria.
Está demostrado médicamente que el uno de los
efectos del cansancio se ve reflejado en el estrés y la disminución del
desempeño en el trabajo realizado por quien no descansa, por tanto, es lógico
afirmar que por culpa de los largos desplazamientos y el desgaste que implica
todo el recorrido de un lugar a otro en una ciudad con movilidad caótica como
Bogotá, la productividad en el empleo y el estudio decrece por culpa de ese
agotamiento acumulado en los trayectos.
Y sí, me da mal genio y llego indispuesta al
lugar que sea si tengo que irme de pie todo el camino, con varias personas
empujándome y de pronto, por pura casualidad si me encuentro con un conductor
intransigente que me trata mal, y ¿usted, qué tanto aguanta? ¿No cree que
necesitamos un cambio urgente?
Yo sí.